30 Mayo - Movilización de personas migrantes
CGT-e
Texto de la Coordinadora de Migrantes de Bolonia.
En Marruecos, Líbano, Turquía, España, Italia, Francia (París, Marsella, Lille, Orleans), Bélgica, Eslovenia y Alemania: el 30 de mayo las personas migrantes se hicieron presentes, saltando las fronteras que nos dividen. Han sido decenas de colectivos, grupos, asociaciones de migrantes que en estos meses de crisis por el coronavirus no han dejado de luchar en respuesta al comunicado #breakingisolation y el llamamiento para el 30 de mayo. En París, por las calles de la ciudad desfiló una gran manifestación, reivindicando la regularización permanente e inmediata de todas las personas migrantes. A pesar de que el gobierno de la ciudad intentó impedirlo en base a las normas de distanciamiento social y a pesar de que la policía atacó a las personas reunidas en la Plaza de la República, la participación fue muy elevada. En Bolonia, cientos de personas migrantes tomaron las plazas después de meses y salieron de su invisibilidad. Allí donde las manifestaciones no fueron posibles, circularon los mensajes de apoyo, subrayando la necesidad de hablar con una sola voz a partir de ahora.
Por primera vez, una iniciativa transnacional organizada por y para las personas migrantes ha reivindicado un permiso de residencia europeo incondicional y ha unido en ello a las dos orillas del Mediterráneo. Su voz se ha unido a la de cientos de personas afroamericanas, negras, latinas, migrantes y otras que, desde Minneapolis a Nueva York, desde Memphis hasta Seattle, protestaban contra la violencia policial y el racismo institucional.
El 30 de mayo, las personas migrantes dejaron claro que su libertad no se puede ver encadenada por la regularización temporal y vinculada a la explotación de su trabajo. Los gobiernos y las patronales han declarado que el trabajo de las personas migrantes es esencial en estos tiempos de emergencia sanitaria y económica, pero las vidas de las personas migrantes siguen sin ser esenciales para ellos. En Líbano, Marruecos y Turquía las personas refugiadas y migrantes son forzadas a trabajar en condiciones de esclavitud, privadas de la libertad para moverse ante el cierre de las fronteras. En los almacenes logísticos, en los campos, en las fábricas de toda Europa, personas refugiadas están siendo reclutadas para reemplazar a aquellas personas que han caído enfermas o que rechazan trabajar en condiciones de inseguridad. Algunos gobiernos europeos legitiman esta explotación con regularizaciones temporales. El chantaje con la documentación fuerza a las personas migrantes y refugiadas a aceptar empleos, sean cuales sean las condiciones laborales y salariales, pero no les puede obligar a permanecer en silencio. Los temporeros y las temporeras, las personas dedicadas al trabajo doméstico, así como a los sectores logístico e industrial: las personas migrantes saben que para alcanzar una vida mejor deben luchar cada día contra la explotación, pero también contra la violencia que hace unos pocos días mató a 26 migrantes de Bangladesh en Libia. Esta violencia afecta doblemente a las mujeres, a quienes se las persigue en sus lugares de origen en sus casas y en las empresas en las que trabajan, en los centros de detención y de recepción. Las mujeres migrantes siempre han luchado y por eso en las calles gritan: “hemos evitado los rifles, hemos evitado la malaria, el maltrato, la explotación: ¡no es la enfermedad lo que nos va a detener! Las mujeres migrantes no pueden ser invisibles. Nuestra vida es esencial: queremos permisos de residencia y nos queremos libres!” El 30 de mayo, las personas migrantes rompieron el silencio y empezaron una lucha transnacional que nadie puede detener. Han roto su aislamiento. Ahora es la hora de reforzar los vínculos transnacionales para romper las cadenas del racismo institucional que aprisiona a la fuerza de trabajo migrante.
En Marruecos, Líbano, Turquía, España, Italia, Francia (París, Marsella, Lille, Orleans), Bélgica, Eslovenia y Alemania: el 30 de mayo las personas migrantes se hicieron presentes, saltando las fronteras que nos dividen. Han sido decenas de colectivos, grupos, asociaciones de migrantes que en estos meses de crisis por el coronavirus no han dejado de luchar en respuesta al comunicado #breakingisolation y el llamamiento para el 30 de mayo. En París, por las calles de la ciudad desfiló una gran manifestación, reivindicando la regularización permanente e inmediata de todas las personas migrantes. A pesar de que el gobierno de la ciudad intentó impedirlo en base a las normas de distanciamiento social y a pesar de que la policía atacó a las personas reunidas en la Plaza de la República, la participación fue muy elevada. En Bolonia, cientos de personas migrantes tomaron las plazas después de meses y salieron de su invisibilidad. Allí donde las manifestaciones no fueron posibles, circularon los mensajes de apoyo, subrayando la necesidad de hablar con una sola voz a partir de ahora.
Por primera vez, una iniciativa transnacional organizada por y para las personas migrantes ha reivindicado un permiso de residencia europeo incondicional y ha unido en ello a las dos orillas del Mediterráneo. Su voz se ha unido a la de cientos de personas afroamericanas, negras, latinas, migrantes y otras que, desde Minneapolis a Nueva York, desde Memphis hasta Seattle, protestaban contra la violencia policial y el racismo institucional.
El 30 de mayo, las personas migrantes dejaron claro que su libertad no se puede ver encadenada por la regularización temporal y vinculada a la explotación de su trabajo. Los gobiernos y las patronales han declarado que el trabajo de las personas migrantes es esencial en estos tiempos de emergencia sanitaria y económica, pero las vidas de las personas migrantes siguen sin ser esenciales para ellos. En Líbano, Marruecos y Turquía las personas refugiadas y migrantes son forzadas a trabajar en condiciones de esclavitud, privadas de la libertad para moverse ante el cierre de las fronteras. En los almacenes logísticos, en los campos, en las fábricas de toda Europa, personas refugiadas están siendo reclutadas para reemplazar a aquellas personas que han caído enfermas o que rechazan trabajar en condiciones de inseguridad. Algunos gobiernos europeos legitiman esta explotación con regularizaciones temporales. El chantaje con la documentación fuerza a las personas migrantes y refugiadas a aceptar empleos, sean cuales sean las condiciones laborales y salariales, pero no les puede obligar a permanecer en silencio. Los temporeros y las temporeras, las personas dedicadas al trabajo doméstico, así como a los sectores logístico e industrial: las personas migrantes saben que para alcanzar una vida mejor deben luchar cada día contra la explotación, pero también contra la violencia que hace unos pocos días mató a 26 migrantes de Bangladesh en Libia. Esta violencia afecta doblemente a las mujeres, a quienes se las persigue en sus lugares de origen en sus casas y en las empresas en las que trabajan, en los centros de detención y de recepción. Las mujeres migrantes siempre han luchado y por eso en las calles gritan: “hemos evitado los rifles, hemos evitado la malaria, el maltrato, la explotación: ¡no es la enfermedad lo que nos va a detener! Las mujeres migrantes no pueden ser invisibles. Nuestra vida es esencial: queremos permisos de residencia y nos queremos libres!” El 30 de mayo, las personas migrantes rompieron el silencio y empezaron una lucha transnacional que nadie puede detener. Han roto su aislamiento. Ahora es la hora de reforzar los vínculos transnacionales para romper las cadenas del racismo institucional que aprisiona a la fuerza de trabajo migrante.